Recientemente en la ciudad de Guadalajara –como en el resto del país-, hemos atestiguados una serie de eventos muy desafortunados. Muertes prematuras de jóvenes adolescentes. Muertes que NO debieron haber ocurrido. Muertes, producto del azote de la delincuencia y del flagelo del suicidio.  

Lo anterior arroja dos ángulos de dolor intenso, el primero, naturalmente toca al mismo centro de una familia con la pérdida de un hijo. Cuando en un hogar se emponzoña el dolor tan agudo que han experimentado aquellos padres que, desafortunadamente han tenido que vivir alguno de esos episodios tan amargos y no naturales en un ciclo de vida, para quienes estamos alrededor, solo nos resta contemplar en silencio y con profundo respeto el dolor tan intenso que sienten todos aquellos padres que han experimentado… la muerte de un hijo.

Al contemplar semejante escena, suplicamos a Dios que sean nuestros hijos quienes nos sepulten a nosotros, y no que nosotros -los padres- un día tengamos que estar de frente a la tumba de alguno de nuestros hijos.  

El lenguaje no siempre logra expresar de manera exacta el dolor que se puede experimentar ante una pérdida de esta naturaleza. Pero además, las palabras no siempre logran describir con exactitud el estado y la intensidad de los significados e implicaciones que pueden traer las diferentes circunstancias de la vida. Considera, si pierdes a tus padres… eres huérfano. Si pierdes al marido… eres viuda, o si pierdes un matrimonio… eres divorciado. Incluso, si pierdes el empleo, eres desempleado. Pero perder a un hijo… no tiene nombre.

La sola idea de la muerte prematura de un hijo, es uno de esos temores que paraliza a todos aquellos que hoy por hoy tenemos la fortuna de ser padres. Es un fantasma que se materializa ante nosotros y nos atormenta cuando vemos que alguno de nuestros hijos sufre de alguna enfermedad o un accidente.El segundo ángulo de dolor ante una muerte prematura, toca a la sociedad en general que es afectada por observar la suerte malograda que ha corrido sobre aquellas vidas que apenas comenzaban. Presenciar el momento, o estar cerca de alguno de estos jóvenes que caen abatidos por una muerte tan prematura, es encontrarse de frente con la cruda realidad de que la muerte toca a la puerta de cualquiera, y que tarde o temprano, una vida llegará a su fin. Cuando uno de estos eventos -que jamás debieron haber ocurrido- extingue la esperanza y el futuro de una vida, la desesperanza también inunda el corazón de todos aquellos que les rodean, porque no podemos ni debemos permanecer inmunes ante el dolor ajeno.

Muy a pesar de que la muerte prematura de un hijo sea una cuestión que genera aversión y toda clase sentimientos encontrados tanto en la familia como en la sociedad, vale la pena abordar el tema. Porque la sola idea de la muerte trae consigo una serie de aprendizajes que podrían llevarnos a lograr una mejor calidad de vida familiar. Después de todo, la Biblia dice:


Más vale ir a un entierro que a una fiesta,
pues nos hace bien recordar que algún día moriremos.

(Eclesiastés 7:2 NVI)


Paradójico, pero en la muerte se puede encontrar el sentido de la vida. Por lo tanto, el lugar más apropiado para reflexionar sobre la vida y sus significados, está en la misma muerte. Así es que le invito a reflexionar por unos momentos con mucha apertura, sobre la dolorosa realidad de las muertes prematuras. 

Dios nos libre de tener que experimentar algún día la muerte anticipada de alguno de nuestros hijos, pero comencemos por comprender que la moneda tiene dos caras. El dolor de la muerte de un hijo, también nos ayuda a comprender lo que experimenta el hijo ante la muerte de sus padres. Pero no solo me refiero a la muerte física, sino también a las pérdidas por ausencia.Pensemos: ¿Qué hay de aquellos niños que a diario experimentan el mismo dolor de la muerte de sus padres? Hijos de familia que se encuentran sumergidos en un duelo permanente, inundados por la tristeza de la separación forzada entre ellos y los seres que más aman y necesitan: sus padres.

Hijos de familia que por el desacuerdo de sus progenitores, se han visto obligados a vivir lejos de uno de ellos -o de ambos- desde el día en que éstos decidieron divorciarse.

O que simplemente se saben invisibles dentro de su mismo núcleo familiar, y que a diario viven la inexistencia por la indiferencia de sus padres que no se toman un tiempo para mirar a sus hijos, y es que:  

Si tan solo tomáramos unos minutos a mirar a quienes más amamos en la vida, nos daríamos cuenta de que en algunos minutos más, no estarán
.


Pero la mente nos hace muy malas jugadas, y llegamos a pensar -de manera ilusa- que tenemos todavía mucho tiempo. Verdaderamente creemos que a nosotros jamás nos va a ocurrir, que nosotros y nuestros hijos permaneceremos eternamente unidos. Que lograremos vivir en familia permanentemente, y que tendremos a los nuestros el tiempo suficiente como para disfrutarlos y manifestarles nuestro cariño. Definitivamente no  hemos asimilado que la muerte puede aparecer dentro de nuestro sistema familiar en cualquier momento.


Por otro lado se encuentran aquellos padres que viven el presente, atormentados por su pasado. Lastimados de manera permanente por lo que hicieron o dejaron de hacer. Estos padres -con esta actitud- solo consiguen perder la oportunidad que la vida les ofrece de vivir el aquí y el ahora. Si tan sólo admitiéramos que:

El ayer... ya pasó. El mañana... no existe. Así es que el mejor momento para manifestar el cariño que sentimos por los nuestros... es este.

Si pensáramos así, seguramente hoy nos tomaríamos el tiempo necesario para mirar y abrazar a nuestros hijos. Para manifestar en acciones lo que sentimos por ellos. Esta actitud en las familias nos lleva a asimilar que la separación de nosotros y nuestros hijos es inminente, pero además, le añadiría un elemento muy importante al asimilar qu
e:


La separación inminente de nosotros y nuestros seres amados, también obedece al ciclo de la vida y no necesariamente por alguna tragedia.


Debemos aprender que la vida sigue su curso. Que no sólo la muerte nos separa de nuestros hijos, sino que también el ciclo natural de la vida, tarde o temprano, nos pondrá ante la encrucijada de la separación.

Ahora mismo, tómese unos instantes para mirar a su alrededor. Vea su sala llena de trastes que sus niños dejaron de la cena de anoche, mire la escalera llena de juguetes que sus niños no levantaron, contemple por unos momentos el montón de libros y cuadernos, borradores, lápices y mochilas que hoy obstruyen la vista de su comedor. Deténgase a observe hoy, lo que seguramente mañana va extrañar.

¿Puede en este momento imaginar a sus hijos casados? Muchos de los que me hacen el favor de leerme, en este momento pensarán que todavía tienen tiempo. Que sus hijos son aún pequeños y que mañana comenzarán a marcar la diferencia en sus familias, que por desgracia hoy están lejos de sus hijos y su esposa, pero confían en que mañana tendrán el tiempo suficiente para comenzar el cambio. Creo que son padres que no han considerado que:


La indiferencia es el enemigo a vencer, no la distancia. En la vida, la distancia física resulta inevitable... jamás la distancia emocional.

Si en este día, por motivos de trabajo o por cualquier otra circunstancia está usted lejos de los suyos, sabrá que la distancia en la vida es inevitable, pero también verá, que a pesar de esto, usted puede acercarse a ellos de manera emocional. Tómese unos momento para hacer una llamada por el puro pretexto de escucharles, tome unos segundos para enviar un mensaje que les diga lo que les extraña, salga de su habitación de hotel y camine por las calles del centro de la ciudad en la que se encuentra y compruebe que traer una sorpresita oculta en su equipaje para su esposa y sus hijos, es un detalle que les comunicará que usted estuvo pensando en ellos durante su ausencia. Estas pequeñas acciones pueden marcar una enorme diferencia. Pero honestamente acepte que:


Hoy mismo comienza el cambio. No existen los momentos de "poca importancia" en la vida de nuestros hijos. Mañana podría ser demasiado tarde.

Retomando el concepto de las muertes prematuras, debemos trabajar en aceptar que en la vida, los inevitables son una realidad. Tal es el caso del dolor que causa la distancia y la muerte. Tanto la distancia como la muerte, de un solo golpe nos ponen de frente con la tarea en la que tarde o temprano nos encontraremos, si es que deseamos disfrutar del presente. Piense en lo siguiente:

Entre lo inevitable de la vida se encuentran la distancia y la muerte. Ambas deberán ser aceptadas por quien quiere disfrutar su presente.

Si no aceptamos lo inevitable de la vida, el camino a seguir será cruzarnos de brazos, renegar, y amargar nuestra existencia y la de los nuestros que permanecen aún con nosotros. Por el contrario: 

Aceptar lo inevitable como parte de la vida, le da otro sentido al dolor, pero además nos ofrece otra visión de nosotros y los nuestros.


Esta nueva visión lleva de la mano a quién sufre, justo cuando la vida y sus circunstancias le sumergen en las oscuras y confusas grutas del dolor. Y la desesperación que la persona experimenta, encuentra una puerta de escape. Porque saber y aceptar que la muerte es parte de la vida, ofrece una visión diferente de nosotros y los nuestros, pero además, puede darnos una nueva interpretación al paso del tiempo y sus sinsabores, porque el sufrimiento es una elección. Cuando esta nueva visión es aceptada y entendida, termina por convertirse en un refugio en medio de la tormenta.

Hace 14 años mi padre falleció víctima del cáncer. Y mi esposa, mis hijos y yo, tuvimos la fortuna de que él viviera sus últimos tres meses en casa con nosotros ¡Con cuánto cariño recuerdo esos meses de vida y convivencia familiar! Porque con todo lo traumático que puede resultar la llegada de la muerte en una familia, nosotros decidimos permanecer alertas a todas las señales y enseñanzas que la vida entonces nos ofrecía.


Sólo dos semanas después de la muerte de mi padre, yo caminaba de la mano con mi hijo mayor que entonces tendría algunos 5 años de edad. En aquel tiempo vivíamos en un campo de 22 hectáreas que nos ofrecía muchas oportunidades de largas caminatas para reflexionar. Ese día, detuvimos nuestra caminata por un momento para hablar con Don David -el jardinero encargado del lugar- y pude observar que mientras yo hablaba con él, mi hijo miraba fijamente al rostro de Don David, contemplando su piel arrugada y curtida por sol y el paso del tiempo. Finalmente, cuando  se alejó de nosotros, mi hijo me preguntó muy intrigado:

-¿Don David se va a morir?

Creo que después de la muerte de mi padre, mi hijo había asociado en su mente la edad con la muerte, después de todo, mi papá tenía 66 años cuando murió, pero además -como usted sabe- el cáncer consume la vitalidad de una persona y le hace lucir mucho mayor de lo que realmente es.

-¡Claro hijo! –Le contesté- Todos vamos a morir.

Fue en ese momento que lanzó en una frase, todo aquel temor que la muerte inocula cuando hace su acto de presencia cerca de nosotros. Mirándome, con angustia en sus ojos preguntó:

-¿Tú también te vas a morir?


Suspiré… Me incliné para poder mirarlo directo a los ojos y respondí:

-Así es hijo. Yo también voy a morir… Pero por eso debemos disfrutarnos, ahora que nos tenemos.

Creo que la vida –como en ese momento- nos ofrece escenarios que los padres debemos aprovechar para instruir a nuestros hijos en las verdades profundas de la existencia. Son momentos que quedarán marcados permanentemente en sus recuerdos. 

Después de mi respuesta, nos abrazamos, sonreímos y caminamos en silencio, mirándonos y disfrutando cada paso de aquella hermosa cami
nata.


Lo emocionante de la vida, es precisamente no saber si la caminata que hacemos hoy, será la última de nuestra existencia. Sé que tarde o temprano llegará el momento de caminar la última milla de mi vida en compañía de mis seres queridos. Por esto, quiero disfrutar cada instante que Dios me permita tenerlos para estar cerca y disfrutarlos como si fuera el último tramo que deba recorrer en su compañía, porque he admitido que:

Es una ilusión ingenua o un acto de soberbia, creer que tenemos un mañana para hacer lo que debemos hacer hoy… ¡No más asuntos pendientes!

En el presente, somos los responsables de lo que pase entre nosotros y los nuestros, no dejemos para mañana aquellos “asuntos pendientes” que tarde o temprano producirán sus efectos devastadores tanto en nosotros como en los nuestros… aquella profunda nostalgia que experimentan los que se quedan… Un anhelo intenso por volver a caminar una vez más al lado de las personas que una vez amaron.

Cuantos deseos posteriores a la muerte, quedarán solo en recuerdos... Porque:

La raíz principal de los duelos no resueltos causados por la muerte... son los asuntos pendientes que dejamos para un mañana que no existe..


Cuántos maridos -al presente- posterior a la muerte de su esposa, se culpan por no haberse tomado el tiempo  necesario para decirle “te quiero”. Cuantos padres -al presente- contemplan de lejos aquellos caminos que nunca recorrieron de la mano de sus hijos, y que ahora al verlos, les recuerdan que es demasiado tarde para caminarlos. Sufriendo así el dolor de su ausencia.

¿Cuántos balones más quedarán en la espera de ser pateados en un campo de futbol, acompañados de la alegría y sonrisas de un hijo que sufrirá una muerte prematura…? ¿Cuántos juguetes más no se usarán, que seguramente después de la dolorosa pérdida prematura de un hijo, permanecerán empaquetados, encerrados y empolvados en un armario?


¿Cuántas esposas añorarán en el futuro ver llegar a sus maridos del trabajo una vez más, para recibirle sin aquellas quejas que todos los días recitaban para darle “la bienvenida” a casa?

Cuántos hombres y mujeres mirarán atrás, anhelantes de recibir una vez más aquellas invitaciones, que por motivos de trabajo y otras ocupaciones fueron rechazadas… Que a diario sus cansados y viejos padres les hacían, de recorrer aquellos caminos para disfrutar una vez más de los mismos relatos de la infancia que los viejos no se cansaban de contar...

Hoy, en medio de un suspiro, el alma anhela un día más… un momento más… lo que daría por estar tan solo unos minutos más a tu lado.   

Ante las cosas inevitables de la vida como son la distancia y la muerte, admitamos que:

Una mirada, un abrazo, un beso y un "te quiero", podrían marcar la diferencia entre un duelo no resuelto y la resignación ante la despedida.  

Una vez cumplida la misión que debamos cumplir en esta tierra, y todo trabajo que ocupa nuestra existencia termine, la pregunta es: ¿A dónde nos dirigirá la última milla que debamos recorrer en esta vida? ¿Estamos realmente preparados para enfrentar la vida después de la muerte? Porque si existe una cuenta pendiente que por ningún motivo debe ser ignorada en esta vida, es arreglar cuentas con Dios.


Nuevamente cito al rey Salomón que respecto a la vida y la muerte, en Eclesiastés 12:1 escribe:

Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan, los días malos y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento.

Cuando el rey diserta sobre la existencia, nos recuerda que todo en esta vida tiene su tiempo: Tiempo de nacer… Tiempo de morir. Y el hombre va a su morada eterna a encontrarse con quién le dio la vida. Porque un día el polvo volverá a la tierra como era, y el espíritu volverá a Dios quién lo dio


Su recomendación final, después de haber expuesto los elementos trascendentes de la existencia, cierra su libro en el capítulo (Eclesiastés 12:13) con esta declaración:

El fin de todo discurso oído es este: Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque este es el todo del hombre.

Vivir sin asuntos pendientes hará que las muertes prematuras encuentren sentido. No deje cuentas pendientes con los seres que más ama, pero sobre todo, no ignore -en vida- las cuentas pendientes con el ser que más le ama: Dios.



Muertes Prematuras

Rosalío Contreras